Homilía en la Santa Misa por la 50º Peregrinación Juvenil a Luján
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La peregrinación que cada año nos convoca como arquidiócesis de Buenos Aires, pero que ya trasciende las fronteras de la General Paz y se convierte en una peregrinación de toda la región, viene a dar cumplimiento a las palabras del evangelio que hoy escuchamos.
Jesús, antes de dar su último aliento en su vida terrena, nos regala a su Madre como nuestra Madre, y nos encomienda a ella como hijos. Caminando a la Casa de la Virgen en el Santuario de Luján, queremos decirle a ella que nos mire como hijos, que nos cobije en sus brazos, que nos acaricie con su ternura, que nos lleve de la mano a Jesús.
Y en ese encuentro íntimo entre los hijos y la Madre, entre el pueblo y su Reina, le presentamos nuestras necesidades y nuestros agradecimientos para que ella se los acerque a Jesús, su divino Hijo.
Este año, la peregrinación a Luján tiene un lema muy especial. “Madre, bajo tu mirada buscamos la unidad.” Casi cincuenta años atrás, el camino a Luján encontraba a nuestra patria en un tiempo difícil: los años setenta, entre la frágil democracia y el autoritarismo de la dictadura provocó odios profundos entre hermanos, al punto de despreciar hasta la misma dignidad de la vida humana.
Hoy, esta quincuagésima peregrinación también nos sigue encontrando divididos, fraccionados, enfrentados en polarizaciones que dejan la racionalidad en la lucha por el bien común y se trasladan a la sociedad toda. El domingo pasado mencioné las ideologías y la violencia verbal y simbólica que se traslada a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. ¡Con cuánto dolor constatamos que muchos que dicen llamarse cristianos, detrás de la pantalla del televisor, de la computadora o del celular, defenestran al hermano!
La tan mencionada grieta que divide familias y amigos, y que nuestro arzobispo prefiere llamar herida, porque duele en las entrañas del pueblo, se profundiza año tras año, impidiéndonos dialogar: escuchar y hablar con sensatez, fundamento y caridad.
Por eso, nos queda el recurso de ir a mamá cuando los hijos nos peleamos. Acudir a ella convencidos de que bajo su mirada es posible encontrar la unidad superior a los conflictos, la unidad que no es uniformidad, sino que es diversidad reconciliada al servicio del bien común, que está por encima de todo interés particular, partidario o sectorial.
Y le decimos: “Madre, bajo tu mirada buscamos la unidad”, porque buscar también implica una ardua tarea. Primero: la tarea de encontrar en el otro, sea quien sea, la presencia de Jesucristo que lo llena de dignidad, más allá de las diferencias.
Segundo: el desafío de valorar al hermano, de escucharlo y de dejarme interpelar por Dios que me habla por medio de él. Y tercero: la tarea de construir juntos, colaborando desde nuestro lugar, para que este mundo sea más fraterno.
Madre, bajo tu mirada buscamos la unidad. Porque sólo en la mirada de la Madre que nos trae a su Hijo, es posible de verdad que el desierto y la tierra reseca se alegre, y que la estepa florezca. Necesitamos de ella, somos mendigos de su gracia.
Ojalá que, quienes hayan caminado al encuentro de la Virgen, cuando regresen a sus hogares y comunidades, nos puedan decir a todos: “Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!»” Que puedan ser signo de alegría y esperanza para todos nosotros.
Le pedimos a Jesús en esta Misa, que al sentir la ternura maternal de la Virgen María, seamos constructores de la unidad. Esa misma unidad que buscamos bajo la mirada de su Madre, y que deseamos para la sociedad toda. Le pedimos al Señor que, al recibir su Eucaristía, sacramento de la comunión, luchemos por el bien común viendo a los demás como hermanos y no como enemigos. Que santa Faustina y la mismísima Madre del Señor, así nos ayuden.