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Hundir nuestra vida en el Señor

Foto del escritor: Claudio Matías Barrio De LázzariClaudio Matías Barrio De Lázzari

Homilía en la Santa Misa del IV domingo durante el año


En la vida, permanentemente debemos elegir. Y entre los criterios más importantes para una elección está la pregunta: ¿qué me hace feliz? Porque en el fondo, los seres humanos cuando obramos moralmente, es decir, con inteligencia y voluntad, nos estamos jugando la vida en cada decisión que tomamos. Nos auto orientamos en pos de eso que elegimos.

 

Las lecturas nos hablan un poco de esto: de la felicidad y de elegir bien para alcanzarla. Pero nos damos cuenta también, ayudados por la Palabra de Dios, que la felicidad no es una mera conquista, sino un don, un regalo. Un regalo al que estoy abierto para recibir o que me cierro para rechazar.

 

Porque a veces podemos hacer buenas elecciones, vivir honestamente, y sin embargo por esas cosas de la vida no nos sale tan bien como esperamos.  Así que también tiene que ver con decisiones que toman quienes nos rodean y con la libertad y el amor de Dios.

 

Pero vayamos a las lecturas, a la Palabra que nos alimenta este domingo como hierba fresca. La primera lectura junto al salmo compara a la persona que vive “de cara a Dios”, es decir, que confía en él, que medita siempre su Palabra, con un árbol que hunde sus raíces en el cauce del río: tiene follaje frondoso, siempre da buen fruto y no tiene que tener miedo por la sequía.

 En cambio, la Palabra nos presenta a la persona que “se aparta del Señor” y vive en la maldad y el pecado, confiando en sí mismo y buscando apoyo en la carne. Dice que es como paja que se lleva el viento, como un matorral en la estepa, como arbustos del desierto.

Podemos darnos cuenta en nuestra vida cotidiana de esto: personas que confían en el Señor, que viven “de la fe”, cristianos practicantes, comprometidos con Cristo, con la Iglesia, con la causa del Evangelio, que buscan el bien común y la santidad en cada pequeña acción que realizan. Y personas, sí buenas, pero que viven como si Dios no existiera, sólo confían en sus fuerzas y en sus criterios, buscan el bienestar personal o familiar y no mucho más.

 

La gran pregunta: ¿de dónde te agarrás cuando el piso tiembla? ¿Dónde hundís la raíz de tu vida para tener vida? Cuando el viento de la vida sopla fuerte o amenaza el fuego: ¿sos arbusto seco del desierto o árbol frondoso junto al río de la gracia?


La segunda lectura nos hace aplicar esta disyuntiva a la esperanza en la Vida eterna. Si ponemos nuestra esperanza solamente para esta vida, damos lástima, sólo podemos esperar limosnas de la vida. En cambio, si ponemos nuestra esperanza en Jesús resucitado, nuestra vida adquiere dirección y sentido: el “porqué vivo” ya no tiene una fecha de vencimiento, sino que lanzamos el ancla al cielo donde Jesús nos precedió en la gloria del Padre.

 

En el Evangelio, el mismo Jesús compara aquellos que reciben la felicidad abrazando las propias miserias, con la tristeza de quienes buscan satisfacciones pasajeras sin tener en cuenta la propia fragilidad. Reconociendo nuestra verdad somos capaces de recibir con un corazón dispuesto la generosidad amorosa del Padre.

 

Queridos hermanos, pidamos al Señor que nos conceda hundir nuestra vida en el cauce de su misericordia y de su amor, confiando en él, y abrazando nuestra vida como un don precioso. Que nuestra esperanza nos recuerde que nuestra meta es el cielo, la santidad, la felicidad para siempre junto a Dios.

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