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Somos misión

Foto del escritor: Claudio Matías Barrio De LázzariClaudio Matías Barrio De Lázzari

Homilía en la Santa Misa del III domingo durante el año


En momentos importantes del camino de la vida, sean lindos o difíciles, a veces nos hace bien volver al barrio donde vivimos cuando éramos chicos. Recordar la casa o el edificio donde crecimos, los negocios que recorríamos, la escuela a la que íbamos, la parroquia… Nos “conectamos” con nuestra infancia, el lugar de nuestros sueños grandes (o de nuestros traumas).

 

Jesús va a su pueblo natal, con sus vecinos, los que lo vieron crecer. Está empezando su misión evangelizadora. Al parecer, todos los sábados iba a la sinagoga, y este sábado no fue la excepción.

 

Escuchamos que le ofrecen para proclamar el rollo del profeta Isaías. Cuando lo desenrolla, encuentra algo más que unas palabras proféticas: Jesús se encuentra a sí mismo en lo que lee.

 

Él es el ungido por el Espíritu, el consagrado del Padre. Para llevar la Buena Noticia a los pobres proclamando un año de gracia del Señor. Para anunciar la liberación de los cautivos, liberando a los oprimidos. Y para dar la vista a los ciegos.

 

Se sienta para enseñar y todos en la sinagoga lo miran con expectativa.

La homilía de Jesús es breve, y es el modelo de toda predicación: “Hoy se cumplió lo que acaban de oír”. En Jesús se cumplen todas las profecías. Ese “hoy” de Jesús lo encontramos en el Evangelio de Lucas en otros lugares: “Hoy” les ha nacido el Salvador, “hoy” ha llegado la salvación a la casa de Zaqueo, “hoy” estarás conmigo en el paraíso… Es el “hoy” de Dios que irrumpe en la historia del hombre, el sacramento de su eternidad salvífica.

 

Prolongado

 

Pero la misión de Jesús, su “hoy” no queda en el pasado. La misión de Cristo, por el envío del Espíritu, se convierte en misión de la Iglesia.

 

La Iglesia prolonga, hace presente, la misión del Señor, en toda la historia y en todas las personas. Anunciando la fe. Celebrando los misterios. Sirviendo a los hombres.

 

La Iglesia, enviada por el Señor, prolonga a través de los siglos la misión de Jesucristo, de dar la salvación al hombre. Con el anuncio de la Palabra, cuando evangeliza, da catequesis, explica la fe, etc. Con los sacramentos, que hacen presente a Jesús. Y también con la caridad, pastoreando las comunidades y acompañando a los más vulnerables.


La misión de la Iglesia en favor de los hombres prolonga la misión de Cristo y tiene su misma extensión: todos los hombres, en especial los postergados. Abarca a todo el hombre y a todos los hombres.

 

Aplicamos a nuestra vida

 

Cada bautizado es miembro del Cuerpo. Así lo recuerda san Pablo. Cada uno, llamado desde su lugar a prolongar la misión de Jesús, hasta que él vuelva. Ninguno de nosotros puede decir “a mí no me toca”. Nadie está afuera de la misión de Jesús: ni por la edad, ni por la formación, ni por el trabajo, ni por nada.

 

No “hacemos” la misión. “Somos” misión. Llamados para prolongar su presencia salvadora en cada rinconcito de nuestra realidad. Tenemos que vivir de tal manera que Jesús pueda decir a cada momento: “Hoy se cumplió lo que escucharon”.

 

Por eso, podemos preguntarnos cómo vivimos nuestra vocación cristiana a la misión, qué esfuerzos ponemos para extender el Reino de Cristo en todas las realidades que vivimos. Pidamos el Espíritu Santo que nos saque la vergüenza y la tibieza, para que podamos gritar con obras y palabras que Jesús está vivo y que abraza a cada persona y a cada realidad.

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