Homilía en la Santa Misa de la Fiesta del Bautismo del Señor
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Hoy celebramos el Bautismo de Jesús: el final del tiempo de Navidad y de su vida oculta en Nazaret, y el comienzo de su ministerio público. Un nuevo comienzo de su misión salvadora. Debemos mirar esta fiesta a la luz de la Epifanía, es decir, de la manifestación de Cristo. Hoy se nos muestra como el Hijo amado del Padre.
Jesús empieza su ministerio público con una doble consciencia: lo que es en relación a Dios y lo que es en relación a los hombres. En relación a Dios: Hijo amado predilecto del Padre y ungido por el Espíritu Santo. En relación a los hombres: el Salvador. Sabe esa misión a la que el Padre lo envía: Consolar a los hombres, ser pastor de una humanidad herida y dispersa.
Y para que quede de manifiesto que este comienzo de su ministerio público se hunde en Dios, nos encontramos con una Teofanía: una manifestación de Dios. El Espíritu en forma corporal (como una paloma) y la voz del Padre que da testimonio.
Un profesor de la facultad, el p. Espezel, que nos daba cristología, nos hacía repetir todas las clases esta pregunta con su respuesta: ¿Qué es la misión? La prolongación de la procesión en el tiempo y en el espacio. La misión de Cristo prolonga su ser Hijo del Padre, enviado por él a redimirnos, con la fuerza del Espíritu Santo.
Ahora lo bajamos a nosotros. Así como la misión de Jesús comienza en el Padre y en el Espíritu, qué importante que nuestra vida y todo lo que hacemos, comience en Dios. Así, la pregunta que hacíamos al principio: ¿por dónde empiezo? Tendrá otra respuesta, más profunda: empiezo en Dios.
Cuando empiezo las cosas, las actividades, en Dios todo tiene un sentido, una orientación. Se ordenan en el amor a él. En cambio si empiezo todo en mí, en mis fuerzas, en mis deseos, ante la menor dificultad se viene todo abajo. Ahí está la clave: ¿cuál es mi principio? ¿Por dónde empiezo?
Algunos consejos:
Cuidar la oración de la mañana. Empezar el día rezando, con la agenda, hablando al Señor de lo que voy a hacer. A veces, esta oración será en el camino al trabajo o al colegio, pero tenerla.
Cuando nuestra fe se debilita por dificultades grandes de la vida, volver al comienzo, al bautismo, a recordarme hijo amado del Padre, a recordar ese amor y esa misericordia en donde un día fui sumergido.
Como criterio de discernimiento, tener siempre esta pregunta: ¿por dónde empecé? Quien olvida el punto de partida, pierde fácilmente la meta. Ese “por dónde” es un “por quién”. ¿Por quién empiezo? ¿Quién me empuja? ¿Quién me da fuerzas y me acompaña?
Siempre podemos empezar de nuevo. Renovar el bautismo con cada confesión. Confesarnos es comenzar de nuevo, aunque sea difícil. Dios vuelve a confiar en nosotros, confiar nosotros en su misericordia.
Que nuestra semana comience aquí (en el altar), alimentados por su Palabra y por su Cuerpo y Sangre. Empecemos alimentados por él: fuente y cumbre.