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Dios comparte la vida humana

Foto del escritor: Claudio Matías Barrio De LázzariClaudio Matías Barrio De Lázzari

Homilía en la Santa Misa del Día en la Solemnidad del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo


Celebramos hoy el día glorioso del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Con alegría damos gracias al Señor, que sin dejar de ser Dios verdadero, asumió nuestra humanidad. Hoy contemplamos en un pobre establo entre pajas al creador de los cielos y la tierra, y es amamantado por su Madre aquel que da el alimento a todo viviente. ¡Qué misterio tan hermoso y tan profundo!

 

¿Qué dice?

 

La lectura de la Biblia que hemos proclamado es el comienzo del Evangelio de san Juan: un Himno a la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es Jesucristo. Lo que el Padre celestial habló de muchas maneras en muchas épocas y por medio de muchas personas, en la plenitud de los tiempos lo dijo por medio de su Hijo de una vez para siempre. Él es la Palabra, el Verbo.

 

La Palabra estaba junto a Dios, era Dios, todo fue creado por ella. Nos muestra la unidad y la relación entre el Hijo y el Padre en el seno de la Trinidad. El año que viene celebramos en medio del jubileo, los 1700 años del Concilio de Nicea que proclamó precisamente esta verdad de fe: Jesús, el que nació de María, es verdadero Dios y verdadero hombre.

 

Escribe el evangelista: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Podríamos decir también: Dios se hizo nuestro vecino, se mudó a nuestro barrio. Dios quiere compartir la vida del hombre para la salvación. La manera que tiene Dios de redimir es asumiendo la fragilidad de nuestra condición humana. Sin dejar de ser Dios asumió el ser hombre.

 

¿Qué nos dice?

 

La Palabra se hizo carne y puso su vivienda entre nosotros. Dios se hizo nuestro vecino. El que habita en los cielos yace ahora entre pañales, un bebé frágil. La Palabra se hizo carne. Dios habla asumiendo nuestra fragilidad. Habla haciéndose silencio y llanto, sencillez y pobreza, alegría y necesidad.

 

La Palabra se hizo carne, porque quiere redimirnos. Y, como dicen los Padres de la Iglesia, lo que no se asume, no se redime. Asume nuestra humanidad para redimirnos y elevarnos a compartir su divinidad.

 

También para nosotros es una clave vital: asumir la fragilidad, los límites, de quienes nos rodean. La encarnación y el nacimiento del Señor es un criterio de vida cristiana: compartir lo que soy y tengo, donarme, asumir la fragilidad del hermano.

 

Que en estos días podamos rezar delante del pesebre, y podamos contemplar el amor de Dios que siendo grande se hizo pequeño, siendo rico se hizo pobre, siendo fuerte se hizo débil, y todo esto por amor a mí, porque me ama con locura y quiere rescatarme.

 

Y que rezando delante del pesebre, María y José me inviten a pasar y a ponerme a su lado, mirando a Jesús. Y el divino niño me sonría y me invite a compartir su misión, su vida. “Hacé ahora lo mismo que hice por vos”.

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