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El Dios del Sapucay

Foto del escritor: Claudio Matías Barrio De LázzariClaudio Matías Barrio De Lázzari

Homilía en la Santa Misa del III domingo de adviento


La liturgia de este domingo nos ofrece en el Evangelio los éxitos de la predicación de Juan Bautista. Miles de personas acudían a bautizarse para cambiar su vida. Pero, luego, se presenta la pregunta: ¿Y ahora qué? ¿Qué debemos hacer para cambiar la vida? ¿Cómo obramos en consecuencia con esta decisión que tomamos?


Lucas muestra tres grupos de personas: la gente común, los publicanos y los soldados.

 

A la gente, Juan le responde que para convertirse deben ser generosos unos con otros, compartiendo sus bienes. A los publicanos que cobraban impuestos, les dice que el cambio de vida es que deben ser justos al cobrar. Y a los soldados, que sean honestos y no aprovecharse de las personas para su beneficio.

 

Para cada uno, Dios tiene un camino de conversión concreto, no de meros sentimientos y buenas intenciones. El adviento nos entrena en buscar ese camino concreto de convertir nuestra vida al Señor.


Pero en este camino del adviento, hacemos un paréntesis. Incluso los colores con que la liturgia se expresa nos sorprenden. Pausamos el violeta o morado, para tener el rosado que nos recuerda que la aurora está próxima. Por eso, san Pablo nos invita a la alegría: "Alégrense siempre en el Señor". Y como sabe que estamos sumidos en preocupaciones, corridas, amarguras, tristezas, nos dice de nuevo: "Vuelvo a insistir: alégrense." La invitación a la alegría es también un modo de preparar el camino del Señor: el adviento es escuela de esperanza y de alegría.


Pero esta alegría se sostiene en la alegría primera del Señor por nosotros. Así lo dice la profecía de Sofonías: "Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta." Dios que lanza gritos de alegría. Recordemos que en la antigüedad, los pueblos se comunicaban también por gritos: el de guerra y el de alegría. Aún hoy perduran en muchos aborígenes y en tribus africanas. Algo semejante con lo que podemos relacionarlo sería con la ovación de la tribuna cuando entran los jugadores a la cancha, o también el famoso Sapucay que tenemos en nuestro país. Cuando escuchamos en vivo y en directo un Sapucay, se nos eriza la piel: ese grito de alegría en medio de una canción folclórica. Por eso, podemos llamarlo: el Dios del Sapucay, el Dios que grita de alegría por mí, que baila por mí, por su creatura.


¿Cómo puedo crecer en la alegría? ¿Qué aspectos de mi vida debería orientar según Dios? ¿En qué me llama Dios a buscar la conversión? ¿Cómo puedo crecer en la confianza y el abandono al prepararme para la Navidad del Señor? ¿Hay lugares de tristeza en mi corazón, algo de mí que todavía no entregué al Señor? El Señor nos conceda prepararnos convenientemente para su venida a través de la alegría del adviento.


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