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La Inmaculada Concepción

Foto del escritor: Claudio Matías Barrio De LázzariClaudio Matías Barrio De Lázzari

Homilía en la Santa Misa de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, que coincide con el II domingo de adviento

Cuando tenemos una dificultad, sea en nuestro hogar, sea en la salud, recurrimos a especialistas. Si se rompe un caño, al plomero. Si tenemos que arreglar una pared, al albañil. Si nos lastimamos un hueso, al traumatólogo de la parte del cuerpo que sea necesario. En el caso de la salud mental, buscamos un sicólogo o un siquiatra. Para las dificultades en la fe o en el discernimiento espiritual, un sacerdote o una persona de fe. Y así cada cosa…

 

Cuando Dios pensó en la salvación del mundo, para enviar a su único Hijo también pensó en recurrir a una especialista. Especialista en gracia, especialista en maternidad, en ternura y amor. Especialista en gracia, porque fue preparada por Dios desde su concepción, cuando aplicó por anticipado la fuerza del Misterio Pascual que nos santifica. María es la primera redimida. Especialista en maternidad, porque su corazón virginal se abre a la voluntad del Padre para recibir a su Hijo, y en él a todos nosotros.

 

¡Bendita entre todas las mujeres!, la llama Isabel. ¡Llena de gracia!, la llama el ángel. María es la especialista de Dios en la salvación, porque fue pensada por él así. Al comienzo de la Misa rezábamos: “Dios nuestro, que preparaste a tu Hijo una digna morada por la concepción inmaculada de María”. María es la digna morada preparada por Dios para entrar en la historia de un modo nuevo. María es la nueva Eva, porque en lugar de querer escalar para estar por encima de Dios, se reconoce la humilde servidora del Señor. En lugar de quitar a Dios para buscar con soberbia hacer su voluntad, se dispone para que se haga en ella la Palabra del Señor. En lugar de esconderse por vergüenza de aquel que la creó, se deja cubrir por la sombra de Dios.

 

En el camino del Adviento, esta fiesta es de singular importancia. Porque lo que queremos es preparar el corazón. Y nadie como María para ayudarnos a hacerlo. Entrar en su vientre y en su corazón para ser gestados con el Hijo de Dios. Que su amor de Madre nos vaya disponiendo para recibir la venida de Jesús, para salir a su encuentro con una profunda fe y con una encendida caridad. Como dice san Pablo: que podamos crecer en conocer más a Jesús y en discernir lo que es mejor, es decir, en llevarlo a nuestra vida concreta.


Luego del encuentro con la Virgen, el ángel se alejó. Ella quedó en el silencio de su hogar, meditando en su corazón esas palabras. Permanezcamos con ella y pidámosle que nos cuente lo que ha vivido y cómo repercutió en su inmaculado corazón. Admirémonos con ella de la grandeza de un Dios que decide pedirle permiso para entrar en nuestra historia de un modo nuevo, asociándola al plan de redención. Agradezcamos su sí confiado y pidámosle que nos enseñe a confiar y a abandonarnos en las manos del Padre. Alabemos al Señor por todos los dones y privilegios con los que colmó a María.

 

Que esta solemnidad, queridos hermanos, nos ayude a seguir preparando nuestra vida, nuestra familia, nuestra realidad, para la venida del Salvador.

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