Homilía en la Santa Misa del IV domingo de adviento
Estamos ya a las puertas de la Navidad. En unos días estaremos celebrando con inmensa alegría el Nacimiento del Señor. Y aquello que creemos por la fe, sucederá en nuestra alma en virtud del signo litúrgico.
El evangelio que la Iglesia nos ofrece este domingo, corresponde a la visita de María a Isabel, un familiar suyo que vivía en la montaña. Esto lo contemplamos también en el segundo misterio de gozo del Rosario.
Tengamos en cuenta que momentos antes María recibió la noticia del ángel y la revelación del plan salvador del Padre. Aceptó en su corazón la palabra del Señor como humilde servidora, y concibió en su seno a la Palabra salvadora.
Partió y fue sin demora
Lucas nos dice que María partió y fue sin demora a visitar a Isabel. El ángel acaba de decirle que no hay nada imposible para Dios, y le ofrece un signo: el embarazo de Isabel. María, entonces, corre a encontrarse con ese signo de Dios y compartir con ella el misterio que las envuelve a ambas. ¿Quién mejor que Isabel para compartir esta alegría tan profunda? ¿Quién mejor que ella para entender por lo que ha pasado?
Por otro lado, María lleva en su seno al Hijo del Altísimo. También la mueve el deseo de llevar al Salvador a los demás. María no se queda encerrada en sí misma, en esas horas de alegría y de tanto movimiento interior. No se autopreserva en su zona de confort: sale de sí misma.
Hoy nuestra sociedad tiende mucho a encerrarse en egoísmos estériles, a pensar en el propio bienestar sin conectar con la vida de los demás. No nos importa el otro, lo que piense, lo que viva, lo que sufra. Cuando nos va bien, disfrutamos solos. Cuando nos va mal, también nos encerramos. María nos enseña a salir al encuentro de todos, a no quedarnos quietos.
Nosotros, cada vez que comulgamos, llevamos en nuestra alma al Señor sacramentado. Somos como María, que lo recibimos y lo llevamos a los demás por medio de nuestra vida, de nuestras palabras y obras. Por eso, al salir de Misa, la gente tendría que reconocer que nos ha pasado algo.
El niño saltó de alegría en mi vientre
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Además, dice el evangelista que cuando Isabel recibió el saludo de María, Juan dio saltos de alegría en su panza. La presencia de Jesús genera alegría a su paso. Es lo que esperamos en la Navidad: que Jesús nos traiga la alegría y la paz verdaderas, plenas, profundas.
Con ese salto de alegría, Juan el bautista comienza a cumplir su misión de señalar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Hoy más que nunca, en este mundo muchas veces sombrío y triste por la realidad del pecado y la corrupción moral, debemos pedir al Señor que con su venida nos traiga la alegría y la esperanza. Hoy se habla mucho de la revolución cultural para referirse a imposiciones ideológicas (sea del color que sean: de arriba o de abajo, de derecha o de izquierda). La verdadera revolución es la de Jesucristo que libera al ser humano de sus miserias y esclavitudes, que le devuelve la dignidad de hijo amado. Que en esta Navidad, aún en medio del dolor, demos saltos de alegría por su presencia en medio de nosotros.
Feliz de ti por haber creído
En las palabras de Isabel, nos detenemos en una frase: “seas feliz por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. Jesús lo dirá años después: “felices los que escuchan la Palabra y la practican”. Y también después de resucitar: “felices los que, sin ver, han creído”.
María es bienaventurada, feliz, por haber confiado en el Padre, por haberse abandonado a su misterio de amor y de salvación. Ojalá nosotros podamos vivir como ella ese abandono confiado en Dios que nos da la felicidad verdadera.
La Navidad dará fruto en nosotros cuanto más salgamos de nosotros mismos. La alegría debe transformarnos de tal manera, que no quedemos encerrados en nuestros problemas sino que miremos a los que tenemos alrededor. En especial a esa persona que te cuesta tratar, aquella otra a la que no le hablás hace tiempo, el grupo del celular que envía pavadas todo el tiempo, los compañeros de trabajo o de estudio, los vecinos.
La alegría de la Navidad se hace servicio, anuncio y misión. María no se ha guardado el misterio de la Salvación para sí misma. Se puso en camino. Para nosotros es un criterio vital. Ante el nacimiento del Señor, no cerremos la alegría sólo en nosotros mismos y en lo que tenemos más cerca. Debemos salir al encuentro de otros, de todos. Nadie puede quedar excluido de la gracia del Señor en esta Navidad.
Que el Señor nos conceda la audacia de la Virgen Santísima, un corazón enamorado del Señor que busque hablarle de él a todos, llevarlo a todos.