Homilía en la Santa Misa del I domingo de adviento
¡Qué lindo cuando en el colegio comenzábamos un cuaderno nuevo? Tantas ilusiones, por ejemplo: “Desde ahora no voy a equivocarme cuando escriba”.
Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico. Y cada año litúrgico empieza con el adviento: la preparación a la venida del Señor.
El adviento tiene una doble dimensión: por un lado, actualiza y renueva la primera venida del Señor en la humildad de nuestra carne. Es decir, nos preparamos para celebrar el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.
La segunda dimensión es esperar, desear, anticipar y preparar la segunda venida del Señor lleno de poder y de gloria al final de los tiempos. Y en este sentido, el adviento es una manera de vivir la fe cristiana en la esperanza y por el amor.
¿Nos zambullimos en la Palabra de Dios? Después de pasar revista a los signos que anticipan el final de los tiempos (y que podemos encontrar a lo largo de la historia en repetidas ocasiones), viene un consejo muy profundo de Jesús, que nos promete su segunda venida.
“Tengan ánimo y levanten la cabeza,
porque está por llegarles la liberación.”
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Tener ánimo es estar animados. Tiene que ver con la disposición del alma a dejarse fecundar por la gracia de Dios, así como María fue fecundada por obra del Espíritu. Tener ánimo es tener alma, tener vida. Es mucho más que estar de buen humor. Significa que todo mi ser se orienta con esperanza hacia aquello que espero.
Pero también Jesús nos invita a levantar la cabeza. ¿Por qué? Levantar la cabeza es mirar al cielo, mirar nuestra meta donde está Cristo Rey sentado a la derecha del Padre. Pero también es mirar el horizonte hacia el cual nos invita a caminar; mirar a los hermanos que nos acompañan y necesitan de nosotros. Quien va cabizbajo, se encuentra triste o desesperanzado.
Podemos ver a nuestro alrededor tantos que caminan la vida con la cabeza gacha. Como decíamos, porque muchos están tristes o desesperanzados, o porque la realidad les pesa mucho que nos les permite alzar la mirada. Son los aplastados por la realidad, los que cargan con pecados o culpas fuertes, los que son pisoteados por la sociedad, los que están enfermos o sufren por alguna adicción.
Pero también hay tantos que caminan con la cabeza gacha porque están mirando el celular. Lo tomamos como algo simbólico: están tan metidos en sí mismos, en sus propias preocupaciones o distracciones, que no son capaces de encontrarse con la mirada del otro y de Dios. Quizás conocen de la vida de todos, porque están con las redes sociales, pero evitan un vínculo humano y fraterno. Quizás buscan evadir la realidad con juegos de apuestas, falsamente ilusionados con ganar algo.
Este primer domingo de adviento, el Señor quiere despertarnos y hacernos levantar la cabeza, porque él mismo viene a liberarnos. Quizás la pregunta que podemos hacernos es: ¿cuáles son las cosas que nos adormecen, que nos aturden, que nos hacen agachar la cabeza? A medida que caminamos la vida, ¿qué impide que esperemos al Señor?
- El cansancio de fin de año con el cierre de las actividades. Estar preocupados por las cosas. Vivir ansiosos pensando y calculando todo. No tener tiempo para la familia y para los amigos. No hacer el tiempo para estar a solas con el Señor, o para rezar con la Palabra. Pasar de largo ante la necesidad del hermano. No tener una mirada agradecida con el don recibido de Dios.
Mirar el final del mundo y el final de nuestra vida como encuentro con Cristo, hace que pensemos en la meta para poder caminar correctamente y no perder el rumbo. Saber que el Señor volverá nos hace despabilarnos de nuestra tibieza, levantar la cabeza y jugarnos por Jesús.
Recién empezamos este adviento. Aceptemos el llamado de Jesús a despertarnos de todo lo que pueda aturdirnos y adormecernos. Levantémonos y alcemos la cabeza. El Señor viene a nuestro encuentro.