Homilía en la Santa Misa de Vigilia en la Solemnidad del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo
Con esta Misa de la Vigilia, comenzamos a celebrar el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Con alegría damos gracias al Señor, que sin dejar de ser Dios, asumió nuestra humanidad.

Usamos la palabra sueño no solamente para referirnos a la necesidad de dormir. También tiene que ver con los deseos más profundos, las expectativas, los anhelos, los proyectos.
José se encuentra con que María estaba embarazada. ¡Cuántos sueños se habrán borrado! Cuántos proyectos entraron en crisis. Imaginemos el corazón de José, pongámonos en su lugar. ¿Qué desearía para su vida junto a María? En un momento todo había cambiado. Y él nada entendía.
Sin embargo, su amor por María no cambiaba y, por eso, hubiese sido capaz de dejarla en secreto para no denunciarla. Sin embargo, Dios intervino.
El Señor se presenta a José no como a la Virgen, mientras está despierta, vigilante, en oración. No, porque José estaba lleno de dudas. La confusión y la crisis necesitaban del descanso nocturno, donde las defensas bajan, y el corazón y la mente se aquietan. Donde nos hacemos vulnerables a tal punto que dejamos de ser conscientes de nosotros mismos.
Y es así que Dios se le manifiesta en el descanso nocturno para explicarle todo, para que tenga su propia “anunciación”. No borra sus sueños, sus deseos (él se hará cargo de la Sagrada Familia, será verdadero padre, aunque no biológico), pero “en sueños”, purifica esos proyectos y los orienta a su plan salvador.
Un plan del cual José ya no será el protagonista, sino un actor privilegiado. Donde no será el centro luminoso sino la sombra del Padre Dios.
También a nosotros muchas veces se nos borran los sueños. Primero, porque maduramos en la vida y, también, se purifican esos sueños que, a veces, son tan infantiles. Cuando crecemos nuestros proyectos van cambiando porque nos vamos encontrando con nuevos sentidos.
Pero también nuestros sueños se borran porque la realidad golpea nuestra esperanza. Y en lugar de seguir anhelando lo que desea el corazón, preferimos despertarnos, no seguir soñando, y resignarnos a que nada puede cambiar.
Frente a este mundo interior, la Palabra viene a mostrarnos que el sueño más importante, el deseo más profundo es el de Dios, que nos sueña a nosotros y nos sueña felices. Y que desea que luchemos por los ideales nobles, profundos y cristianos que pone en nuestro corazón: la vida, la familia, el trabajo honrado, la comunidad eclesial, los amigos, la honestidad, la patria, la fidelidad en el matrimonio, en la vida consagrada y en el sacerdocio, el estudio que nos apasiona… ahí se hace presente Dios.
Comenzamos a celebrar la Navidad. Una frase que me vuelve loco siempre, de Lewis, autor de (entre otras cosas) Las crónicas de Narnia. La frase de Lewis dice: “Hubo una vez en el mundo un Pesebre, y en el Pesebre alguien más grande que el mundo.” ¡Qué locura de amor! El autor de todo lo creado, viene a habitar con su creatura.
Demos gracias al Señor en esta santa víspera de Navidad. Gracias por su amor, por volver a confiar en el hombre.