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  • Foto del escritorIgnacio Spadaro

Dios se hizo un bebé


El Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del Vaticano, dice que en la celebración de esta noche podrá tener lugar el beso de la imagen del Niño Jesús por parte de los fieles, y la colocación de la misma en el nacimiento que se haya puesto en la iglesia o en algún lugar cercano (Cf. núm. 111). En esta santa Misa veneramos al Niño Dios, a la vez que lo recibimos realmente en la Eucaristía. Se produce en esta noche un maravilloso acontecimiento: el Niño que reclama alimento desde el Pesebre se convierte en alimento para nosotros. Podemos decir que la Misa es Pesebre. Como el asno y el buey buscan refugio y alimento en el establo, también nosotros encontramos en esta Divina Liturgia nuestro lugar de alimento y descanso.


Me pregunto ¿Qué es lo que tiene un bebé, que cuando llega a una reunión todos quieren verlo? Muchos dejarán de hacer lo que estaban haciendo para ver a este niño. Hay algo irresistiblemente encantador en los bebés; sacan lo mejor de nosotros y despiertan amor. Todos se acercan y ponen caras graciosas, hacen ruidos simpáticos, y quieren ver al bebé. Podemos decir que hasta la persona más irascible y cascarrabia se acercará al bebé.


Bueno, en el centro de nuestra celebración de Navidad está este hecho extraño e increíble: Dios se hizo un bebé. Dios se convirtió en un bebé. El Creador del universo, el puro Acto de existencia en sí mismo, la Razón de por qué hay algo y no nada, el Dios omnisciente y todopoderoso se hizo un bebé, tan débil que ni siquiera puede levantar su cabeza. Este niño Dios se coloca en nuestro regazo en esta Liturgia, para recibirlo y adorarlo.


Todos en el pesebre son atraídos por el Bebé. Este niño que desde el comienzo está en peligro ya que el rey Herodes lo persigue. Un bebé vulnerable, amenazado que es a su vez Dios. En el Antiguo Testamento está escrito una bendición realmente hermosa: “Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz” (Nm 6, 26). Bueno, el rostro de Dios es en esta Noche es esa diminuta carita. Dios intentó con los profetas, con los reyes, con los patriarcas, dio leyes, rituales y mandamientos; pero ahora se ha revelado definitivamente en su Hijo (Cf. Heb 1,1).


De este gran misterio somos llamados a participar en la Liturgia de esta Navidad. Tener en brazos en esta noche al Niño nos mostrará la fragilidad a la que se sometió Dios por nosotros; y recibirlo como alimento en la Eucaristía convertirá nuestro cuerpo y nuestra alma en un pesebre. Contemplaremos al Señor en la imagen del Niño, pero realmente será adorado en espíritu y en verdad cuando seamos asimilados por Él en la Eucaristía . ¿Qué paradoja no? El Niño que reclama alimento, se nos da como alimento a nosotros. En esta Noche Santa, vemos la necesidad de abrazar al niño, como nos invita el Directorio, pero sentimos una necesidad mayor: ser abrazados por él en la Eucaristía.


Me parece oportuno terminar con las palabras de un santo, san Juan Pablo II, que en una homilía de Nochebuena, expresaba elocuentemente lo que acontece en la Liturgia de esta Noche Santa:


En el Hijo de la Virgen, “envuelto en pañales” y “acostado en un pesebre” (cf. Lc 2,12), reconocemos y adoramos “el pan bajado del cielo” (Jn 6,41.51), el Redentor venido a la tierra para dar la vida al mundo.


¡Belén! La ciudad donde según las Escrituras nació Jesús, en lengua hebrea, significa “casa del pan”. Allí, pues, debía nacer el Mesías, que más tarde diría de sí mismo: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35.48). En Belén nació Aquél que, bajo el signo del pan partido, dejaría el memorial de la Pascua. Por esto, la adoración del Niño Jesús, en esta Noche Santa, se convierte en adoración eucarística.


Te adoramos, Señor, presente realmente en el Sacramento del altar, Pan vivo que das vida al hombre. Te reconocemos como nuestro único Dios, frágil Niño que estás indefenso en el pesebre. “En la plenitud de los tiempos, te hiciste hombre entre los hombres para unir el fin con el principio, es decir, al hombre con Dios” (cf. S. Ireneo, Adv. haer., IV,20,4). Naciste en esta Noche, divino Redentor nuestro, y, por nosotros, peregrino por los senderos del tiempo, te hiciste alimento de vida eterna. ¡Acuérdate de nosotros, Hijo eterno de Dios, que te encarnaste en el seno de la Virgen María! Te necesita la humanidad entera, marcada por tantas pruebas y dificultades. ¡Quédate con nosotros, Pan vivo bajado del Cielo para nuestra salvación! ¡Quédate con nosotros para siempre! Amén. (Juan Pablo II, Homilía en la Misa de Nochebuena, 24 de diciembre de 2004) 

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Ignacio E. Spadaro

Seminarista

Arquidiócesis de Buenos Aires

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