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  • Eva Alejandra Corti

El día de «todos» los santos

Si nos fijamos en los antiguos calendarios de papel, veremos que por cada día tenemos el nombre de algún santo. Pero, si nos adentramos aún más en estas fechas a través de los buscadores de internet, descubriremos que hay más de un santo por cada día. Sería imposible recordarlos y nombrarlos a todos. Por ese motivo, la Iglesia decidió unificar la fiesta de todos ellos en una sola fecha.


Los primeros datos de esta celebración los tenemos en el siglo IV cuando se realizaba la conmemoración de «todos» los mártires, el 13 de mayo. Más tarde, en el siglo VIII, el papa Gregorio III trasladó la fiesta al 1º de noviembre para que coincida con la consagración de una capilla en Roma donde se rendía culto a los santos. En la Misa que celebramos este día, recordamos a todos y cada uno de los santos. Tanto los que han sido proclamados como tales por la Iglesia, como también a todos los que están en el cielo junto a Dios, aunque no hayan sido canonizados.


Pero sería lindo preguntarnos qué significa ser santo.


Uno puede pensar, como primera idea, que fueron personas que han tenido durante su vida terrena un comportamiento ejemplar. Y está bien que lo creamos así. Pero, también, muchos de estos santos, antes de ser ejemplos para nosotros, han tenido una vida no tan virtuosa. Puede ser el caso de san Agustín, por cuya conversión rezó incansablemente su madre, santa Mónica. Otra idea que puede venir a nosotros es que han hecho cosas extraordinarias y fuera de lo común en su paso por la tierra, como pasaba con san José de Cupertino, que tenía el don de la levitación. Por otro lado, es lógico e inevitable pensar que son santos porque a través de su intercesión, se han logrado diversos milagros. Todo esto es así, pero no debemos olvidar que, cuando hablamos de santos, también están incluidas aquellas personas cuyos pecados ya han sido perdonados y están en la presencia de Dios, aunque no se los conozca como tal.

Aún cuando nos resulte impensado y casi imposible de alcanzar, cada uno de nosotros está llamado a ser santo. Así nos lo dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Lumen Gentium:


“Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG 11).


Si lo pensamos como una tarea solitaria e individual, claramente se nos tornará imposible, ya que nadie se salva sólo sino en comunidad: la terrenal junto con la celestial. De esto se trata la comunión de los santos que rezamos en el Credo. Por eso, para alcanzar la santidad, contamos con la intercesión de quienes ya están en el cielo, como reza la oración colecta del misal:


“Señor,

concédenos experimentar la fraterna solicitud por nuestra salvación

de aquellos que han alcanzado ya la felicidad eterna.”


Pero, sobre todo, es necesaria la gracia divina que Dios le da a su pueblo y que recibimos de múltiples formas, especialmente en los sacramentos. Por eso la mejor manera de celebrar este día es congregarnos en torno a la Eucaristía "que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo" (LG 3).

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Eva A. Corti

Madre, teóloga y catequista

evacorti@yahoo.com.ar

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