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El Espíritu Santo en la Misa

Foto del escritor: Pbro. Claudio Matías Barrio De LázzariPbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Una pequeña charla que ofrecí hace algunos años.


Introducción

1. ¿Cuál es el sentido de un retiro? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su finalidad? El mismo nombre nos sugiere algo: retirarnos. Con el retiro espiritual, tal como lo viven los cristianos, queremos retirarnos, tomar distancia, para contemplar el misterio del Señor y su obra en la propia vida.


2. Y estando a las puertas del día de Pentecostés, queremos imitar a la comunidad apostólica que permaneció reunida en oración a la espera del Espíritu Santo:

“Los Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos a Jerusalén: la distancia entre ambos sitios es la que está permitida recorrer en día sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse. Eran Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.” (Hch 1,12-14)
“Uno de esos días Pedro se puso de pie en medio de los hermanos ―los que estaban reunidos eran alrededor de ciento veinte personas―…” (Hch 1,15) “Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar” (Hch 2,1) es decir, los ciento y pico de personas en la sala del primer piso donde solían reunirse (Cf. Hch 1,13)

3. Imitando a los apóstoles, queremos rezar pidiendo el Espíritu Santo, sabiendo que ya actúa en medio de nosotros, tal como dice Pablo: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como conviene” (Rm 8,26).

4. Hay muchas maneras de hacer un retiro. El tiempo puede variar, el contenido de las meditaciones, el esquema… para este momento, elegimos un tema para rezar. Les confieso que el tema lo elegí ―primero― porque me gusta mucho. Pero rezando me di cuenta que es algo muy cotidiano para todos. Se trata de la obra del Espíritu Santo en la Misa. Desde allí también iluminaremos la obra del Espíritu Santo en la propia vida.


En los Ritos Iniciales

5. Antes de que tocara la campana y comenzara la Misa, ya el Espíritu Santo actúa en nosotros. Nos hace desear el encuentro con Dios, casi como mendigarlo. Las personas tenemos en el corazón este deseo de Dios que lo ha puesto él mismo, como la firma del autor de su obra. El Espíritu Santo nos hace ansiar el encuentro con Dios por la necesidad de paz, de tranquilidad, de amor, de valoración. Pero por sobre todas las cosas, queremos una amistad con él, una comunión profunda, más allá de sentirnos bien. Desde el momento en que decidimos el horario de la Misa a la que iremos, el Espíritu obra en nosotros haciéndonos desear el encuentro con Jesús. Quizás al principio nos tenemos que forzar, planificar, agendar. Pero pronto sale espontáneamente. Incluso nos duele cuando nos falta la Misa dominical.


6. Empieza la Misa. ¿Cuál es la primera acción litúrgica? El canto de entrada. Cantar es alabar a Dios, que nos ha reunido para celebrar su Nombre. El canto de entrada expresa dos cosas que son obra del Espíritu Santo: la unidad de la comunidad cristiana y la alabanza a Dios. El Espíritu Santo hace en nosotros la unidad soñada por Jesús. “Que todos sean uno para que el mundo crea que tú me enviaste” (Cf. Jn 17,21), rezaba Jesús antes de su Pasión en el monte de los Olivos. El Espíritu Santo es el que hace la unidad: “Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo” (1Co 12,13), dice san Pablo.


Por eso, las críticas, la murmuración, la difamación, los malos pensamientos, el rencor, la ira, el deseo desordenado por el otro o por lo que tiene el otro, o cualquier mal contra un bautizado, contra un hermano, es un pecado contra la unidad en la Iglesia, y es necesario reconciliarse. Por el contrario, hay cosas que construyen la unidad: la generosidad, la abnegación, la mutua estima, la alegría, la mansedumbre, la paciencia. La imagen de la unidad será siempre la Santísima Trinidad, donde lo distinto es lo que hace uno. Por eso, la Iglesia es el pueblo aunado por la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (San Cipriano, De oratione domenica, 23 citado por LG 4)


7. Pero dijimos que el canto de entrada nos hace alabar a Dios. Y esta es otra obra del Espíritu Santo: nos hace salir de nosotros mismos para ir al encuentro del Señor. El mismo Jesús fue movido por el Espíritu para alabar al Padre por revelar la Buena Noticia a los sencillos. Esto que sucede al empezar cada Misa, podemos llevarlo a nuestra vida: alabar, agradecer, adorar a Dios por lo que él es, y por lo que hace en nuestra vida y en la vida de los demás. Es algo que sana el alma del egoísmo y de lastimar a los demás con el pensamiento, las palabras y las obras.


8. Después de invocar a la Santísima Trinidad, a quien se ofrece la liturgia de la Iglesia, y de saludarnos mutuamente con el sacerdote que preside, viene el momento del acto penitencial. Y aquí nos encontramos con otra obra del Espíritu Santo: mover nuestros corazones para que se conviertan. Dice el Señor por boca del profeta Ezequiel (36,24-28):

“Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios.”

El Espíritu Santo impulsa a las personas a hacer el examen de conciencia, al arrepentimiento y al dolor de los pecados. De hecho, Jesús dejó a los apóstoles (y después de ellos a todos los sacerdotes) este ministerio importante, cuando dijo: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.” (Jn 20,22) El Espíritu Santo tiene la misión de actualizar el perdón de Jesús.


Cuando hagamos nuestro examen de conciencia, está bueno pedir el Espíritu Santo para conocer aquello en lo que he fallado al Señor y a la Iglesia, faltando al amor a Dios, al prójimo o a mí mismo.


9. El himno «Gloria», cantado los domingos, solemnidades y fiestas, tiene hacia el final la mención del Espíritu. Sólo Jesucristo es Santo, con el Espíritu en la gloria del Padre.


10. Para terminar los ritos iniciales, el sacerdote reza la oración colecta, que termina con una conclusión trinitaria. “Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos”. Una fórmula que hunde sus raíces en los primeros Padres de la Iglesia. Si empezábamos la Misa mirando la unidad de los cristianos, ahora llegamos a la unidad de Dios. [1]


En la Liturgia de la Palabra

11. Luego, siguiendo la tradición recibida de los apóstoles, antes de celebrar la fracción del Pan se leen las Escrituras. El Espíritu Santo actúa, de esta manera, en tres perspectivas: la de los autores sagrados, que pusieron por escrito aquellas cosas que Dios quería comunicar a los hombres; la de la Iglesia que recibió el testimonio apostólico y los escritos sagrados, y los interpretó a la luz de Jesucristo; y la de los oyentes, que reciben la palabra de Dios como semilla en la tierra de sus corazones. Así dice el apóstol:

“Toda la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para educar en la justicia, a fin de que el hombre sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien” (2Tm 4,16-17)

12. El Espíritu Santo dispone a la escucha de la palabra de Dios y también obra eficazmente esas palabras en nuestros corazones (tanto del sacerdote como de los fieles). De esta manera, podemos decir con Jesús: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.” (Lc 4,21) Dice el Catecismo: “El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios.” (CEC 1101) Es muy importante al leer la Biblia en Misa o, también, en nuestra casa que pidamos la ayuda del Espíritu Santo para ser la voz de Dios para mí y mis hermanos, pero también para «dejarme hacer» por la Palabra, como tierra fértil que recibe la semilla y da mucho fruto.


13. La Palabra de Dios se prolonga como ecos por medio de la homilía, que el sacerdote o el diácono nos ofrece tratando de llevar a Dios a las personas, y las personas a Dios. El sacerdote, como el buen Pastor, conoce el Rebaño. Y sabe que es un instrumento para que Dios hable a cada uno. El sacerdote y el diácono que predican, deben pedir el Espíritu Santo y dejarse guiar por él, y eso sólo es posible si es un hombre de oración.


14. Después que el ministro nos invita a vivir la Palabra en nuestra vida concreta, todos nos ponemos de pie y proclamamos públicamente nuestra fe. Esta fe, que recibimos como don del Espíritu Santo. La unidad eclesial se sostiene al confesar una única fe. El Espíritu no solamente nos mueve a proclamarla, sino también a vivirla cada día. La confianza en Dios, la victoria pascual de Jesucristo, etc. Así dice san Pablo:

“Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos” (Ef 4,3-6)


15. Para coronar esta liturgia de la Palabra, elevamos al Padre nuestras oraciones. San Pablo invita a la comunidad de Éfeso (Ef 6,18) a que “eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu”. El Espíritu Santo, entonces, nos empuja a orar, a pedir e interceder por los demás, él mismo pone en nuestro corazón las palabras para que Jesús ore al Padre en nosotros. A veces podemos estar tentados a pensar que Dios se cansa que le pidamos. Como digo, es una tentación. Él quiere que le supliquemos por nuestras intenciones, y nos envía el Espíritu Santo para pedir. El Espíritu nos hace mendigos de Dios, de su amor, de su misericordia, de su ternura, de su poder. Y en ese pedir, se nos abre el corazón para recibir su gracia, al mismo tiempo que vamos aprendiendo cuál es la voluntad amorosa del Señor. Por eso, pidamos el Espíritu Santo para que no nos cansemos de rezar por nuestras necesidades y las de todas las personas.


En la Liturgia Eucarística

16. Habitualmente, antes de traer al altar el pan y el vino, los domingos y días más importantes del año litúrgico se realiza una colecta de dinero a favor del sostenimiento de la parroquia, del culto sagrado, del anuncio del evangelio, de las obras de caridad y de los ministros de la Iglesia. ¿Actuará aquí el Espíritu Santo? ¿Nos moverá el bolsillo a la caridad y a la misericordia? Una vez dije que, hasta que a los cristianos (sacerdotes y fieles) el Evangelio no nos llegara al bolsillo, no estábamos del todo convertidos, ¡jajaja! San Pablo, escribiendo a la comunidad cristiana de Corinto (2Co 8,1-5), nos regala una hermosa reflexión de la relación entre el Espíritu Santo y la colecta:

“Ahora, hermanos, queremos informarles acerca de la gracia que Dios ha concedido a las Iglesias de Macedonia. Porque a pesar de las grandes tribulaciones con que fueron probadas, la abundancia de su gozo y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad. Puedo asegurarles que ellos estaban dispuestos a dar según sus posibilidades y más todavía: por propia iniciativa nos pidieron, con viva insistencia, que les permitiéramos participar de este servicio en favor de los hermanos de Jerusalén. Y superando nuestras esperanzas, ellos se entregaron en primer lugar al Señor, y luego a nosotros, por la voluntad de Dios.

17. En la liturgia eucarística nos encontramos con la obra del Espíritu por excelencia: hacer que los dones de pan y vino, por las palabras de Jesús pronunciadas por el sacerdote, se transustancien en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. A lo largo de la plegaria eucarística, que contiene la consagración, se invoca al Espíritu Santo en dos momentos: el primero, sobre el pan y el vino; el segundo, sobre la Iglesia. Lo miramos en la Plegaria Eucarística II, que es la más habitual:

- Sobre los dones:

“Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor” (Plegarias Eucarísticas del Misal Romano, nn. 100-101)

- Sobre la Iglesia:

“Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo.” (Plegarias Eucarísticas del Misal Romano, n. 105)

Lo leemos también en la Plegaria Eucarística III, que también proclamamos:

- Sobre los dones:

“(…) Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo (…)” (Plegarias Eucarísticas del Misal Romano, n. 109)

- Sobre la Iglesia:

“Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella a la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.” (Plegarias Eucarísticas del Misal Romano, n. 113)

18. Aquí se ve la doble misión del Espíritu Santo: por un lado, obra en los dones que la comunidad presenta, haciéndolos Misterio de la fe. Por el otro, obra en la misma comunidad que ha presentado los dones, haciéndola también Misterio de la fe. Si el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo, es para que la comunidad cristiana sea también un único Cuerpo de Cristo, bendecido, partido y repartido. Como dijimos para el canto de entrada, el Espíritu Santo es artífice de unidad. La Eucaristía es el sacramento que forma y manifiesta la unidad eclesial, pues le pedimos al Padre que “congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva” para alabanza de la gloria de Dios (PE IV), un solo cuerpo “en el que no haya ninguna división” (PE Rec I) y “que haga desaparecer toda enemistad entre nosotros” (PE Rec II). El Espíritu Santo hace a la Iglesia “signo de unidad e instrumento de la paz entre los hombres” (Cf. Ibid, Cf. LG 1).


19. Cabe destacar que la renovación litúrgica conciliar y post conciliar, y el diálogo ecuménico, profundizaron en la misión pneumatológica en la liturgia, que estaba mucho más desarrollada en los ritos orientales. Esto lo podemos apreciar porque, al leer el canon romano, está ausente la mención explícita al Espíritu que santifica los dones y da unidad a la Iglesia. Simplemente se pide al Padre que la ofrenda “sea perfecta, espiritual y digna de él” (Plegarias Eucarísticas del Misal Romano, n. 88).


20. Un momento que, si bien no conoce la mención del Espíritu, podemos verlo presente y actuante, es en el rito de la paz. Pedimos al Señor que conceda a su Iglesia la paz y la unidad: esto es obra del Espíritu que habita en el Cuerpo eclesial y lo santifica. De hecho, una de las invitaciones para el saludo de la paz es “En el Espíritu de Cristo resucitado, démonos fraternalmente la paz” (Ordinario de la Misa, n. 128). El apóstol san Pablo nos enseña que la paz es uno de los frutos del Espíritu Santo en el alma del creyente: “El fruto del Espíritu esa amor, alegría, paz…” (Cf. Ga 5,22) Se contrapone a las obras de la carne, entre las cuales ―según el Apóstol― figuran “discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias...” (Cf. Ga 5, 20) El mismo Reino de Dios es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Cf. Rm 14,17) La unidad y la paz como fruto del Espíritu Santo es exhortado por Pablo a su comunidad de Éfeso, cuando les escribe: “conserven la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Cf. Ef 4,3).


21. Lo cierto es que necesitamos la paz. Que no es solamente que no haya conflictos, sino que es la promoción de la dignidad de cada uno. La paz en el trabajo no significa que no nos llevemos mal, sino que cada uno dé lo mejor de sí mismo. La paz en la familia no es que los miembros de la familia no se maltraten solamente, sino que se valoren mutuamente y se ayuden a crecer unos a otros. En un país no significará que no haya diferentes opiniones y políticas, sino la construcción del bien común de la sociedad y de cada persona en justicia. Y en una parroquia no será la ausencia de las diferencias, sino el anuncio del Evangelio poniendo los distintos carismas en común. Por eso, pidamos al Espíritu Santo el don y el fruto de la paz, comprometamos nuestro esfuerzo para construirla.


Rito de Conclusión

22. Damos un salto al final de la Misa. El sacerdote nos bendice en nombre de Dios uno y trino, que envuelve la celebración eucarística de principio a fin. Y después somos enviados a vivir y anunciar en nuestra vida cotidiana, lo que recibimos en la Eucaristía: la unión con Jesucristo y con los hermanos.


23. El Espíritu Santo impulsa a la Iglesia a evangelizar, para responder a su llamado más profundo, a su razón de ser. Compartir la alegría de habernos encontrado con Cristo y de que él es nuestro salvador. El Espíritu derramado en Pentecostés, hace a la Iglesia abrir sus puertas y salir a contar lo que vio y escuchó… es decir, a ser testigos. Cuando salimos del templo después de la misa, podemos escuchar las palabras de Jesús: “Como el Padre me envió, yo también los envío a ustedes. Reciban el Espíritu Santo.” (Jn 20,21) La misión de Cristo y del Espíritu es la misión de la Iglesia y de cada cristiano. Los dones y carismas recibidos del Espíritu Santo, son para ser compartidos, vividos en comunidad.

[1] Se puede ilustrar este título con el texto del catecismo (CEC 1098): “La asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17). Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada a producir.”


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Pbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Sacerdote, Arq. de Buenos Aires

matidlz@gmail.com

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