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  • Foto del escritorPbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Enamorados toda la vida

Comunión, adoración y procesión Eucarística como vínculo de amor

Introducción

Muchos han pasado por la experiencia del noviazgo. El conocer a una persona, enamorarse, compartir tiempo, experiencias, comida, paseos. El vínculo entre Jesús y la Iglesia es un vínculo esponsal: la novia vestida de belleza preparada para recibir al esposo (Ap 21,2).

Con esta meditación espiritual pretendo profundizar tres movimientos de la Iglesia y del cristiano respecto de la Santísima Eucaristía, presencia real y sacramental de Jesucristo en el mundo. El primero, la comunión eucarística, que es la finalidad principal por la que Cristo quiso instituir el Sacramento del Altar. En segundo lugar, la adoración eucarística, que es la prolongación de la celebración de la Misa, y que puede ser personal o comunitaria. Y, en tercer lugar, la procesión eucarística, que contiene también algo de adoración pero que es más expresiva y comunitaria. Finalmente, voy a dar pistas breves sobre la vida cristiana en su dinámica esponsal.


La comunión eucarística como cena romántica

Dos de los frutos de la Sagrada Eucaristía son la comunión con Cristo y la comunión entre los cristianos. Santo Tomás de Aquino los indica como una doble res tantum (es decir, efectos de la gracia) presentes en la persona que recibe este sacramento.[1]

Se me ocurrió contemplar la celebración eucarística, y en particular la comunión, comparándola a una cena romántica entre los novios. Miremos qué pasa. Los novios se encuentran a la hora acordada: se reúnen en un lugar, se saludan y sobreviene la pregunta: ¿cómo estás? Van compartiendo desde lo profundo del corazón lo que pasó en la semana, aunque seguramente se fueron comunicando diariamente por mensajes con el teléfono celular, o se fueron encontrando también algún día.

Ahora están sentados a la mesa, charlando con alegría y compartiendo algo rico. Quizás preparado con amor por alguno de los dos, o en algún lugar fuera de sus casas. El amor y el conocimiento del uno y del otro van creciendo, se van eligiendo mutuamente.

También la Eucaristía es la Mesa compartida de dos que se aman. Cristo con un amor entregado: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El amor de Jesús, absoluto, incondicional y eterno, se encuentra con el amor de la Iglesia, su esposa, que lo busca, lo desea conocer y amar más, abrazándolo en el “banquete de bodas” (Ap 19,9).

Y, aunque en la semana el cristiano haya orado o visitado la iglesia de su barrio, la Eucaristía dominical tiene eso de «cena romántica» que caracteriza a quienes se aman.


Mirarnos silenciosamente enamorados

Seguimos la historia de aquellos novios enamorados. Termina la comida, termina la charla. Ya las palabras están de más. El alimento y el encuentro los ha unido de tal manera, que el silencio amante se apodera del tiempo. El cruce de sus miradas, el abrazo que los abriga. El silencio es testigo del amor que se tienen, y de la decisión de elegirse una y otra vez el uno al otro.

Así también podemos volver a pensar en la Eucaristía, y cómo la adoración eucarística prolonga el Sacrificio del Altar. El fin para el que Jesús instituyó la Eucaristía es para la comunión.[2] “La celebración de la Eucaristía en el sacrificio de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la Misa”.[3] La introducción al ritual de la exposición y adoración eucarística, invita a los fieles a recordar

“que con esta oración ante Cristo, el Señor, presente en el Sacramento, prolongan la unión con él conseguida en la comunión y renuevan el pacto que los impulsa a mantener en sus costumbres y en su vida lo que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el sacramento”.[4]

La adoración eucarística, sea con el Santísimo Sacramento expuesto o reservado en el tabernáculo, es uno de los momentos más lindos de la oración cristiana. Es unirnos a Jesús desde el silencio del corazón, adorando su humilde grandeza, alabándolo por su bondad, dándole gracias por todo cuanto nos da y suplicándole por nuestras necesidades. Pero, a diferencia de otros modos de rezar, lo tenemos allí real y sacramentalmente presente en la Eucaristía, vivo y latiendo su corazón de amor por nosotros.

Por eso podemos pensar análogamente la adoración eucarística como ese silencio de los enamorados que se miran, silencio en donde ya las palabras sobran, donde lo que importa es que “yo lo miro y él me mira”.


Caminamos de la mano expresando nuestro amor

Aquellos novios, luego de la cena, caminan juntos unas cuadras. Van de la mano para sentir la presencia del otro. Y aunque otros los miran disimuladamente, ellos están felices compartiendo la alegría de quererse y elegirse el uno al otro.

Hace poco fue la fiesta de Corpus, y seguramente en las diócesis y parroquias hubo procesiones eucarísticas. Imagino la procesión con el Santísimo con esta imagen. La Iglesia de la mano con su esposo, nuestro Señor Jesucristo, presente en la Eucaristía. La procesión tiene una doble intención: por un lado, demostrar nuestro amor y devoción por Cristo; por el otro, dar testimonio misionero ante todos los hombres.

Nos dice el ritual del culto eucarístico fuera de la Misa:

“El pueblo cristiano da testimonio público de fe y piedad hacia el Santísimo Sacramento con las procesiones en que se lleva la Eucaristía por las calles con solemnidad y con cantos.

“Los cantos y oraciones que se tengan se ordenarán a que todos manifiesten su fe en Cristo y se dediquen solamente al Señor.”[5]


La vida cristiana en su dinámica esponsal

Lo que quiero contemplar ahora es la dinámica esponsal de la vida cristiana. En primer lugar, de la Iglesia-Esposa de Cristo.

El apóstol san Pablo dice estar celoso de la comunidad, pero con el celo de Dios, “porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura” (2Co 11,2). El Concilio Vaticano II, aprovechando el tesoro de la Palabra de Dios, describe la esponsalidad de la Iglesia con estas palabras:

“La Iglesia, llamada «Jerusalén de arriba» y «madre nuestra» (Ga 4,26; cf. Ap 12,17), es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 19,7; 21,2 y 9; 22,17), a la que Cristo «amó y se entregó por ella para santificarla» (Ef 5,25-26), la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la «alimenta y cuida» (Ef 5,29)”[6]

Finalmente, en la carta a los efesios, hay una hermosa comparación análoga entre el misterio esponsal y el misterio eclesial, aplicando la cita de Gn 2,24: “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia.” (Ef 5,31-32). El gran misterio del autor de la carta es el misterio de la alianza nupcial que une al varón y a la mujer de tal modo que forman una nueva realidad. Y este «gran misterio» él dice que se refiere también a Cristo y a la Iglesia. Es que entre ellos hay un vínculo tan profundo que, al decir de Col 1,18.24, “Cristo es la Cabeza del Cuerpo, y la Iglesia es el Cuerpo de la Cabeza”. Hay una unidad firme, indisoluble y perpetua entre ambos.

Esto puede aplicarse a cada cristiano. La lectura del Cantar de los Cantares en una clave espiritual de mística esponsal, recuerda a la persona que ama a Cristo y que desea unirse a él eternamente. Pero, ante situaciones imprevistas de la vida (muchas de ellas noches oscuras) este amado parece haberse escapado de su vista y desespera para poder encontrarlo. Hasta que da cuenta que es el mismo amado quien regresa saltando entre los montes.

Muchos santos han contemplado, rezado y estudiado este tema. Dejo un compendio interesante para quien quiera profundizar: https://www.mercaba.org/VocTEO/M/mistica_nupcial.htm y también algo específico sobre el Apocalipsis: https://core.ac.uk/download/pdf/83563832.pdf


Termino con la frase que decimos los sacerdotes en Misa, al mostrar el Pan consagrado: "Dichosos los invitados a la cena del Señor". O bien, como literalmente tomamos del latín: "Felices los llamados a la Cena del Cordero", es decir, a su banquete de bodas (Cf. Ap 19,9).


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Pbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Sacerdote, Arq. de Buenos Aires

matidlz@gmail.com

[1] Cf. T. de Aquino, Suma de Teología, III, q.73, a.2. Ver también Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1391 y 1396. [2] Cf. S. Pío X, Decreto Sacra Tridentina Synodus, AAS 38 (1905), p. 400 y ss. [D(H): 3375] [3]Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, n. 3, e: AAS 59 (1967), p. 542 [4]Congregación para el culto divino, Ritual de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, 21 de junio de 1973, n. 81 [5]Ibíd., nn. 101.104 [6]Constitución dogmática «Lumen Gentium» sobre la Iglesia, n. 6

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