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Jesús ha vencido a la muerte

Foto del escritor: Pbro. Claudio Matías Barrio De LázzariPbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Estamos ya en los días del tiempo pascual. Hemos dejado atrás la semana santa, y con el domingo de Pascua empezamos a vivir el triunfo del Señor sobre la muerte, el pecado y el demonio.


"Este es el día que hizo el Señor, alegrémonos y gocémonos en él", nos dice el salmo 118(117) y la liturgia lo repite a lo largo de toda la octava pascual, como si fuera un único día, en las antífonas de la Misa y de la liturgia de las horas.


El día que hizo el Señor. El primer día de la semana, en el cual recordamos que Dios comenzó a crear el mundo cuando dijo: "Que exista la luz", y la luz alejó la oscuridad del dominio del universo. Ese mismo primer día en el cual la Palabra eterna del Padre venció la oscuridad. Ya no solamente física, sino existencial. Jesús venció el mal, el pecado, la muerte. Y, unidos a él, podemos también participar en su victoria.


Ese día tan sagrado que Jesús eligió para encontrarse con sus discípulos, y darles las últimas instrucciones. Ese día tan sagrado en que celebramos la Eucaristía como familia de Dios, y vivimos el descanso como familia humana.


Necesitamos redescubrir la belleza y la dignidad del domingo como día de la victoria de Jesús. De hecho, estamos llenos de fechas patrias que nos recuerdan muertes de próceres o victorias militares. Y tenemos el domingo, que nos hace celebrar una victoria que no es contra ejércitos terrenales, sino contra el mismo demonio, el autor del pecado en el mundo. Unidos a él, podemos también vencer y participar de su victoria.


El papa san Juan Pablo II nos regaló una hermosa Carta Apostólica sobre la «santificación del domingo», es decir, sobre su dignidad, su importancia para nuestra vida. Citando a un predecesor suyo, Inocencio I, dice el papa que "celebramos el domingo por la venerable resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, no sólo en Pascua, sino cada semana" (Dies domini, n. 19). Y el papa Francisco señala que:


"El domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto). La celebración dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo, la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en nosotros aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is 55,10-11). De domingo a domingo, la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere hacer también de nuestra vida un sacrificio agradable al Padre, en la comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger, servir. De domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el anuncio del Evangelio en el que se manifiesta la autenticidad de nuestra celebración." (Desiderio desideravi, n. 65)


Más que un precepto, es un regalo. Un regalo descansar y vivir el familia. Un regalo su Palabra y su Eucaristía que nos alimentan. Un regalo la comunidad cristiana que, congregada junto a sus ministros, hace presente al Señor resucitado hasta el día que vuelva. Por eso, el papa Francisco insiste: "los invito a redescubrir el sentido del día del Señor" (Ibíd., n. 63; Sacrosanctum concilium, n. 106).


"Este es el triunfo lindo, muerte vencida, triunfo de Dios y el hombre, triunfo 'e la vida", dice una canción pascual. Cada domingo celebramos eso, y así lo dice el sacerdote en la plegaria eucarística. Por ejemplo, la número 2: "Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra, y reunida aquí en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal". O la número 3: "Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia, en el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal." La misma idea se repite en ambas plegarias: Jesús venció y nos hace participar de su victoria.


Como vemos, celebrar el domingo no es algo menor. Es la manera sencilla y profunda de expresar el núcleo de nuestra fe: no nos pertenecemos, somos de Cristo que nos ha ganado para el Padre.


Ojalá podamos vivir con una profunda fe, cada domingo, cada día del Señor.




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