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  • Foto del escritorIgnacio Spadaro

La Eucaristía: alimento en nuestro desierto cuaresmal

En este primer domingo de Cuaresma, la Liturgia nos presenta un fragmento del primer capítulo del evangelio de Marcos. (Mc 1, 12-15)


En este evangelio vemos cómo “el Espíritu empujó a Jesús al desierto” (1,12). "Estas palabras contienen una llamada importante al inicio de la Cuaresma. Jesús acaba de recibir en el Jordán la investidura mesiánica para llevar la buena noticia a los pobres, sanar los corazones quebrantados y predicar el Reino. Pero no se apresura a hacer ninguna de estas cosas. Al contrario, obedeciendo a un impulso del Espíritu Santo, se retira al desierto en donde permanece cuarenta días, ayunando, orando, meditando, luchando. Todo esto en profunda soledad y silencio." [1]


La Iglesia dirige a todos en este tiempo una invitación: seguir a Jesús por el desierto. El Señor, hablando de su pueblo como una esposa, dice: “me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón” (Oseas 2, 16). Nos cuesta dejarnos llevar al desierto, al silencio. Estamos expuestos al bullicio. “Abrúmenlos de trabajo -decía el faraón a sus ministros- para que estén ocupados y no hagan caso de las palabras mentirosas” de Moises y no piensen en sustraerse a la esclavitud (Ex 5,9). Muchos son los “faraones” que abruman y aturden, especialmente a muchos jóvenes. Son los faraones que hacen mucho ruido y que buscan saciar necesidades exteriores. Pero el Señor quiere llevarnos al desierto para liberarnos y hablarnos en el silencio, como un amigo a un amigo (Cfr. Ex 33, 11). [2]


¿Estamos dispuestos a dejarnos conducir por el Espíritu Santo al desierto? Es en el silencio del desierto, en la serenidad de los sentidos donde podemos volver a lo esencial, volver a Dios.


Ahora bien, el Señor es la meta de nuestro caminar, pero, a la vez, por su gran amor se ha convertido en alimento del peregrino. Es Él quien nos conduce, nos guía y alimenta en esta Cuaresma. En cada Misa nos habla con su Palabra al corazón y nos alimenta con su cuerpo y su sangre.


El nombre de viático con que también se designa al sacramento de la Eucaristía no solo se ciñe al caso de la comunión de los enfermos o moribundos. Ese nombre debe ser entendido, más bien como alimento para el camino, que nutre y sostiene en la peregrinación a través del desierto.


Tal vez me esperen horas de desierto

amargas y sedientas, mas yo sé

que, si vienes conmigo de camino,

jamás yo tendré sed.

(Liturgia de la Horas, Himno de laudes)


Esto es, precisamente, el tiempo que ahora comenzamos, la santa cuaresma, una peregrinación a través del desierto, en la que no faltarán (como en la vida) la soledad y la tentación, quizás peligros extremos y sin duda mil pequeñas adversidades cotidianas, la experiencia de nuestra debilidad y de nuestra necesidad de Dios. En momentos duros, ante la violencia, la crueldad o la insensibilidad, también el cristiano puede sentirse asediado por la tristeza y el hastío, como le sucedió a Elías, el profeta, en su viaje por el desierto hacia el monte Horeb. Como a él, el Ángel del Señor nos dice, invitándonos a recurrir al alimento que nos hace fuertes: ¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar! (1 Rey. 19, 7). [3]



La Misa es el oasis en medio de nuestro desierto. Cada vez que nos acercamos al altar de Dios y mesa de fraternidad recibimos ese respiro en medio del cansancio del camino. Así lo reza el salmista (Sal 66, 12): ¡hasta que al fin nos diste un respiro!


Concluyamos con la oración para después de la comunión que ofrece el misal para este primer domingo de cuaresma:


Te pedimos, Padre, que reconfortados con el pan del cielo

que alimenta nuestra fe,

acrecienta nuestra esperanza y fortalece nuestra caridad,

aprendamos a tener hambre de este pan vivo y verdadero

y a vivir de toda palabra que sale de tu boca.

Por Jesucristo, nuestro Señor. 


-

Ignacio E. Spadaro

Seminarista

Arquidiócesis de Buenos Aires

RRSS: @nachospad


[1] Raniero Cantalamessa, Echad las redes ciclo B, 84

[2] Cf. Ibíd., 85

[3] Cf. Arzobispado de la Plata, Homilía para el Corpus Christi, 01-06-2002

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