top of page
  • Foto del escritorPbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Los prefacios de adviento


El prefacio es el comienzo de la plegaria eucarística, la oración central de la Misa. Es una oración de acción de gracias por la obra salvadora del Padre por Cristo, Señor nuestro. Tienen un diálogo inicial:


V. El Señor esté con ustedes.

R. Y con tu espíritu.


V. Levantemos el corazón.

R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.


V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

R. Es justo y necesario.


Luego, viene el cuerpo del prefacio: Realmente es justo y necesario, nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar. ¿Por qué? Es lo que contiene el cuerpo del prefacio. Al final, tiene una conclusión apelando a los ángeles y los santos, para alabar juntos a Dios.


Los prefacios de adviento son cinco. En cuatro de ellos se nos señala para qué momento deben usarse. El quinto puede usarse en cualquier momento del adviento. Los enumeramos junto con sus títulos, tal como lo tenemos en la traducción aprobada para nuestro país:


I – Las dos venidas de Cristo (hasta el 16 de diciembre)

II – Cristo, Señor y juez de la historia (hasta el 16 de diciembre)

III – La doble espera de Cristo (del 17 al 24 de diciembre)

IV – María, nueva Eva (del 17 al 24 de diciembre)

V – La promesa del salvador


De estos prefacios, los más antiguos son el I y el III (1968), le siguen el II y el IV (traducidos de la edición italiana), y por último el prefacio V (parafraseado del Misal alemán). Cabe destacar que en el Misal de 1962 no existen los prefacios de adviento. Se utilizaba el prefacio de la Santísima Trinidad (que era un comodín).


Por su profundidad escatológica, es de esperar que el prefacio II de adviento se utilice los primeros días, quizás la primera semana. A lo cual siga el prefacio I y luego el V. Los prefacios III y IV pueden dividirse en las ferias privilegiadas, de manera tal que el IV abarque los días en que se leen los Evangelios referentes a la anunciación del Señor.


Trataremos de penetrar el sentido espiritual de los prefacios de adviento. Para ello, omitimos el diálogo inicial entre el sacerdote que preside y la asamblea, y también la letra del Santo.


Prefacio I de adviento


En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo Señor nuestro. Él vino por primera vez en la humildad de nuestra carne, para realizar el plan de redención trazado desde antiguo, y nos abrió el camino de la salvación; para que, cuando venga por segunda vez en el esplendor de su grandeza, podamos recibir los bienes prometidos que ahora aguardamos en vigilante espera. Por eso, con los ángeles y los arcángeles, y con todos los coros celestiales cantamos sin cesar el himno de tu gloria:


El primer prefacio de adviento, titulado "Las dos venidas de Cristo", pone en diálogo la encarnación y la parusía. La primera venida es en la “humildad de nuestra carne”, es decir, asumiendo nuestra naturaleza humana, una naturaleza humana completa: cuerpo y alma racional verdaderamente humanos. La segunda venida será en el “esplendor de su grandeza”. Si en la primera venida, Cristo abre el camino de la salvación para los hombres, su venida al final de los tiempos será para que podamos recibir esos bienes prometidos (los bienes salvíficos).


También se refiere al tiempo intermedio entre la primera y la segunda venida del Señor como un tiempo de “vigilante espera”. Como hemos dicho, la espera del Señor no es una espera pasiva, sino activa, vigilante, donde caminamos hacia Aquel que viene a nosotros.


Jesús con su venida histórica en el tiempo, “abre el camino de la salvación”, es decir, nos pone en movimiento hacia el Padre. Mejor aún, él mismo se hace camino.


Prefacio II de adviento


En verdad es justo darte gracias, es nuestro deber cantar en tu honor himnos de bendición y de alabanza, Padre todopoderoso, principio y fin de todo lo creado. Tú has querido ocultarnos el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la Historia, aparecerá sobre las nubes del cielo revestido de poder y de gloria. En aquel día, tremendo y glorioso al mismo tiempo, pasará la figura de este mundo y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva. El Señor se manifestará entonces lleno de gloria, el mismo que viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y para que demos testimonio por el amor, de la espera dichosa de su reino. Por eso, mientras aguardamos su última venida, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria:


Este prefacio se titula: "Cristo, Señor y Juez de la historia". Pretende ser un canto al Padre, “principio y fin de todo lo creado”, un himno de bendición y alabanza.


La mirada no se detiene en la primera venida del Señor. No se la menciona siquiera, sino que todo este texto litúrgico se centra en la parusía, en la venida escatológica, y también en cómo esa venida final se hace presente en lo cotidiano. Por eso está recomendado por los pastoralistas de la liturgia, aunque no es exclusivo, para la primera semana de adviento, relacionándola con la solemnidad de Cristo Rey y los últimos días del tiempo durante el año, que tienen un matiz marcadamente escatológico.


El prefacio consta de cuatro estrofas: una introducción a la alabanza, dos párrafos del motivo de la alabanza y la conclusión. En la introducción, como vimos, se presenta el objetivo: cantar al Padre, principio y fin de la creación.


Luego siguen dos estrofas que miran la consumación de los tiempos. El día y la hora que el Padre ha fijado con su autoridad, pero que sólo él lo sabe y ha querido ocultarlo en su misterioso designio.[1] La imagen del tiempo final es netamente bíblica: el Hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo.[2] Esto constituye la riqueza de este prefacio.


El día del Señor, en el Antiguo Testamento, asociado al juicio que Dios hace de los hombres y de las naciones paganas, tiene una connotación negativa: angustia, oscuridad, sangre, ira.[3] Aquí en el prefacio, la imagen se vuelve matizada: tremendo y glorioso al mismo tiempo. El libro de los Hechos de los Apóstoles es la primera vez que aparece el tema de la gloria vinculada al día del Señor. El día del Señor, como también su mismo misterio y su presencia, es tremendo y glorioso, o bien, tremendo y fascinante. Mysterium tremendum ac fascinans. Por un lado, nos da temor por la purificación que conlleva. Pero por el otro lado, su santidad irradia gloria, plenitud de ser.


Junto a la venida del Señor en gloria y poder, los dos signos que acompañan: el fin del mundo tal como lo conocemos (pasa la figura de este mundo, frente a la fascinación por la gloria de Cristo), y la restauración de lo creado (cielo nuevo y tierra nueva).


El final del mundo es el preludio de la venida del Señor y de la Vida eterna. Se apoya la fe cristiana en la misma Palabra del Señor.[4] Lo que vemos, lo que tocamos, la realidad material, termina. Y, como en un alumbramiento, da paso a la Vida nueva. Sin dudas que este final está cargado de dolor: la misma vida está signada por él. Por eso, de algún modo podemos decir que el final del mundo comienza con la resurrección del Señor y pentecostés. Queda extender el Evangelio a cada corazón y a cada situación, hasta que el Señor vuelva.


El cielo y la tierra nueva está anunciado ya en los profetas.[5] Una nueva realidad generada por Dios, de la cual nosotros mismos participaremos por la resurrección del último día, en nuestros cuerpos glorificados. Una nueva realidad no marcada ya por la tristeza, la enfermedad, el dolor, la muerte; sino por la justicia y la paz, la alegría y el amor. La característica fundamental será mirar y alabar a Dios perpetuamente, participando de su vida y de su alegría.


El tercer párrafo se hace eco de la palabra gloria. En el día glorioso (párrafo anterior) “el Señor se manifestará lleno de gloria”. Como dijimos, ya no en nuestra carne limitada y sometido al devenir histórico, sino en la plenitud divina y humana resucitada. Y es entonces que se da una novedad temática en el prefacio: el mismo que esperamos para el final de los tiempos, es el que viene a cada momento. La venida cotidiana que se da “en cada hombre y en cada acontecimiento”.


Para profundizar esto, conviene tener en cuenta el Sermón 5 de san Bernardo Abad sobre el adviento:


“(…) La venida intermedia es oculta sólo la ven los elegidos y gracias a ella reciban la salvación.

(…) Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última. En la primera, Cristo fue nuestra redención. En la última, se manifestará como nuestra vida. En esta venida intermedia es nuestro descanso y nuestro consuelo. (…)”[6]


Como bien lo sabemos, Dios nos encuentra en lo cotidiano, en especial en la Eucaristía, su presencia permanente y amorosa. El mismo y único Dios.


¿Para qué su venida cotidiana? Para recibirla en la fe y dar testimonio por el amor. De recibir y anunciar, de creer y amar, de escuchar y vivir. De esta manera, somos como quien construye su casa sobre roca, en la parábola de Jesús.[7] Y este testimonio es acerca de la espera dichosa de su reino: nuevamente se nos invita a mirar el final con alegría.


En el último párrafo, se da la conclusión del prefacio retomando la idea del primer párrafo. Si “es nuestro deber cantar himnos de bendición y alabanza”, entonces “unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria”. Es decir, se cumple perfectamente lo dicho en el primer párrafo.


Prefacio III de adviento


En verdad es justo y necesario,

es nuestro deber y salvación

darte gracias siempre y en todo lugar,

Señor, Padre Santo,

Dios todopoderoso y eterno,

por Cristo Señor nuestro.

A Él que había sido anunciado por los profetas,

la Virgen Madre lo llevó en su seno con amor inefable;

Juan Bautista proclamó la inminencia de su venida

y reveló su presencia entre los hombres.

El mismo Señor nos concede ahora

preparar con alegría el misterio de su nacimiento,

para que su llegada nos encuentre

perseverantes en la oración

y proclamando gozosamente su alabanza.

Por eso, con los ángeles y los arcángeles,

y con todos los coros celestiales

cantamos sin cesar el himno de tu gloria:


Siguiendo la secuencia de los prefacios tal como la presenta el Misal argentino, nos encontramos con el tercer prefacio que tiene como título: “La doble espera de Cristo”. Como hemos dicho, está mandado para la segunda parte del adviento, desde el día 17 de diciembre. Por la presencia del nombre del precursor del Señor, hay días que son más apropiados: por ejemplo, cuando en el evangelio se lee la anunciación a Zacarías o el nacimiento de Juan.


La parte central contiene dos estrofas: la primera mira lo que Dios hizo en la historia de la salvación preparando la venida del Señor. Lo hace en tres momentos: profetas, María y Juan Bautista. Cada uno contiene ciertos verbos: preparar, llevar, anunciar y revelar.


La segunda estrofa, mira lo que Dios hace en los creyentes hoy: preparar con alegría el misterio (=sacramento) de su nacimiento. Y esta preparación se da para que Dios nos encuentre de dos maneras: perseverantes en la oración y proclamando su alabanza. “Que su llegada nos encuentre…”, frase que recuerda en el evangelio los discursos y parábolas escatológicas del Señor Jesús.[8]


Prefacio IV de adviento


En verdad es justo y necesario,

es nuestro deber y salvación

alabarte, bendecirte y glorificarte

Señor, Padre Santo,

Dios todopoderoso y eterno,

por el misterio de la Virgen Madre.


Del antiguo adversario nos vino la ruina,

pero en el seno virginal de la hija de Sión recibió la vida

aquél que nos nutre con el pan de los ángeles,

y surgieron para todo el género humano

la salvación y la paz.


La gracia que perdimos por Eva nos fue devuelta en María;

su maternidad redimida del pecado y de la muerte,

se abre al don de una vida nueva.

para que, donde abundó el pecado sobreabundara tu misericordia

por Cristo, nuestro Salvador.


Por eso nosotros, mientras esperamos la venida de Cristo,

unidos a los ángeles y a los santos,

cantamos el himno de tu gloria:


El comienzo del prefacio, en la primera estrofa, ya viene a anticipar el tema de alabanza que tratará en sus dos estrofas centrales. Es realmente justo, necesario, deber y salvación, alabar, bendecir y glorificar al Padre: “por el misterio de la Virgen Madre”. De hecho, el prefacio IV lleva como título: “María, nueva Eva”. Tratará de la salvación que nos es dada por Cristo con María. El «misterio», es decir, el «sacramento» que encierra María en la historia de la salvación es contemplado con una lectura alegórica del Antiguo Testamento.


Nos abocamos a las dos estrofas centrales.

Estrofa 2: antítesis entre el adversario y la hija de Sión

Estrofa 3: antítesis entre Eva y María

Vamos por parte.


La segunda estrofa evoca la ruina que nos vino por el demonio, por el pecado original. Un pecado que se dio materialmente por «comer» del árbol prohibido por Dios, y formalmente por un acto de soberbia y desobediencia. Pero nos quedamos con este «comer», que fue sugerido-persuadido por el demonio bajo la forma de serpiente.


En cambio, “en el seno virginal de la hija de Sión” (forma de llamar al pueblo de Israel y a María), “recibió la vida el que nos nutre con el Pan de los Ángeles”. Contraposición del alimento de la desobediencia y del alimento celestial del fruto virginal. Y como consecuencia del acto salvador de Dios: el perdón y la paz.

La tercera estrofa utiliza una antítesis semejante, pero ahora no referida al adversario, sino entre dos mujeres. La liturgia nos hace contemplar el pecado original como una pérdida de la gracia y, para contraponer a María, se pone a Eva como madre de los vivientes. “La gracia que perdimos por Eva, nos fue devuelta en María”.


¿Por qué nos fue devuelta en ella? Por su concepción inmaculada, su maternidad divina, su obediencia amante. Una maternidad redimida del pecado y de la muerte, porque fue concebida sin pecado y porque engendró al autor de la Vida. Parafrasea entonces, la conocida frase de san Pablo: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20), entendiendo por gracia la misericordia divina.


Prefacio V de adviento


En verdad es justo y necesario,

es nuestro deber y salvación

darte gracias siempre y en todo lugar,

Señor, Padre Santo,

Dios todopoderoso y eterno,

por Cristo Señor nuestro.


Porque Él es el Salvador

que en tu misericordia y fidelidad

prometiste al hombre extraviado,

para que su verdad instruyera a los ignorantes,

su santidad justificara a los pecadores

y su fuerza sostuviera a los débiles.


Al acercarse el tiempo en que ha de llegar tu Enviado

y amanece el día de nuestra salvación,

llenos de confianza en tus promesas,

cantamos, Padre, con filial alegría,

el himno de tu gloria:


Este prefacio es el más breve, y el que puede decirse en cualquier Misa del tiempo del adviento que no tenga prefacio propio. Lleva como título: “La promesa del Salvador”. Y ciertamente que puede ser resumido en esa frase. Cristo es el salvador que el Padre prometió a los hombres, “en su misericordia y fidelidad”. Los dos atributos de Dios en el Antiguo Testamento que son un par conectado por la palabra hebrea hesed. La fidelidad que se extiende en el tiempo, a lo largo de las generaciones, de los siglos, prolonga la misericordia que tuvo el Señor al prometer el Salvador.


El hombre extraviado que recibió la promesa de Dios es Adán, pero también es cada persona antes de la venida del Salvador.


Ese Salvador vendrá con su verdad, con su santidad y con su fuerza, teniendo la misión de enseñar, justificar y sostener. Son tres enunciados paralelos que muestran la identidad y la misión del Señor, y los destinatarios de su acción salvadora: los ignorantes, los pecadores y los débiles.


El último párrafo, se abre a la espera con circunstanciales de tiempo: “al acercarse el tiempo…”, “amanece el día…”. Son expresiones inspiradas en el Nuevo Testamento para referirse a la obra del Señor.[9]

[1] Cf. Mc 13,32; Mt 24,36 [2] Cf. Mt 24,30ss.; Lc 21,27 [3] Cf. Is 13,6.9; Ez 30,3; Jl 1,15;3,4; Am 5,18.20; Hch 2,20; 1Ts 5,2 [4] Cf. Lc 21,6 y par.; Mt 24,3; Mt 13,40.49; [5] Cf. Is 65,17; 66,22; 2Pe 3,13; Ap 21,1 [6] San Bernardo, Sermón 5, En el Adviento del Señor, Opera Omnia, edición cisterciense, 19664, 188-190 [7] Cf. Mt 7,24-27 [8] Cf. Mt 24 y 25, y par. [9] Cf. Hch 7,17; Mc 1,15; Rm 13,11-12

64 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Kommentare


SYNAXIS

Un blog sobre formación litúrgica

bottom of page