Les dejo aquí un extracto del encuentro que ofrecí sobre la Liturgia de las Horas.
Es la oración pública de la Iglesia que se une a Cristo en su oración al Padre, impulsada por el Espíritu Santo. Como vamos a ver en unos momentos, los primeros cristianos compartiendo la costumbre judía de rezar a lo largo del día, fueron organizando su oración para santificar el paso del tiempo, glorificando a Dios en los distintos momentos de la jornada.
En la liturgia de las horas, la Iglesia ora con la Palabra de Dios: alabándolo con la Iglesia del Cielo, dándole gracias por sus beneficios, y suplicando e intercediendo por todos los hombres. Muchas veces, la fuerza para rezar nos viene de pensar que rezamos por los que no saben o no quieren rezar.
A diferencia de cualquier otra oración personal o comunitaria, la oración de las horas es oración litúrgica. Es decir, que es al mismo tiempo obra de Dios obra de la Iglesia, tal como dice el Concilio Vaticano II: «Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno» (SC, n. 7). Por ello, al celebrar las horas ejercemos nuestro sacerdocio bautismal.
Como toda liturgia, siempre se prefiere celebrarla en comunidad, aunque esto se da más frecuentemente en los institutos de vida religiosa (monjes, monjas, consagrados y consagradas). En cambio, ministros ordenados y laicos suelen rezarlo en forma individual, aunque nunca debe perderse esta conciencia de que, al ser liturgia, aunque uno solo le pone voz, está toda la Iglesia presente.
Es obligatorio celebrar la liturgia de las horas completa para todos los que «están obligados a coro». Los obispos, presbíteros y diáconos en camino al presbiterado, están obligados a rezar todo el oficio, eligiendo una sola hora intermedia. Los diáconos ordenados de modo estable se les pide que recen laudes y vísperas (las horas mayores). Los religiosos que no están obligados a coro, según lo que indiquen las constituciones del instituto o la autoridad religiosa. Los laicos no tienen una obligación de rezarlo.
Siguiendo la Tradición, la Iglesia también llama a la liturgia de las horas «oficio divino», trabajo de Dios. Nos recomienda que, al rezar las distintas partes de la liturgia, nuestro corazón vaya orientándose en el sentido de lo que decimos: «El Oficio divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es, además, fuente de piedad y alimento de la oración personal. Por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho Oficio que, al rezarlo, la mente concuerde con la voz» (SC, n. 90).
Es decir, que el esfuerzo que debemos hacer es apropiarnos de la oración, en el sentido de hacerla nuestra. Es el movimiento contrario a lo que uno piensa cuando te dicen que hay que ser sincero: decir lo que sentís. Aquí es al revés: sentir lo que rezás, lo que proclamás, lo que recitás. Y el ejercicios de decirlo y buscar interiorizarlo, es lo que nos va transformando con la ayuda de la gracia divina.
El canto es de suma importancia en la celebración litúrgica y, también, en la liturgia de las horas cuando es celebrada en forma comunitaria. Ayuda a unir más a los fieles y a expresar mejor la oración de la Iglesia.
Por último, antes de pasar a considerar el tiempo sagrado, quiero indicar bibliografía donde podemos recurrir para profundizar. Son los documentos de la Iglesia:
Constitución Sacrosanctum Concilium, capítulo 4 (El oficio divino)
Principios y normas generales de la liturgia de las horas (todo ritual litúrgico tiene normas preliminares)
Constitución Apostólica Laudis canticum del papa Pablo VI (algunos rituales, además de sus normas preliminares, tienen la fuerza de un documento del Papa que aprueba su reforma, porque fueron reformados sustancialmente)
Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1174-1178
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