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  • Cecilia Sosa Cabrios

Ser como niños

Mi experiencia de la liturgia

Durante mi niñez viví con mi familia un tiempo en el extranjero, inmersa en una cultura que me era extraña, en una lengua que me resultaba prácticamente incomprensible, en un país que no era el mío. Hasta que el primer domingo, al entrar en una iglesia católica me sentí en casa: el altar adornado como en mi parroquia (mantel, flores y velas), el Sagrario con la lámpara encendida, la disposición de los bancos, un sacerdote y una comunidad orante que, aunque en otro idioma, hablaban un lenguaje que me era familiar y realizaban gestos que me resultaban predecibles y me permitían expresarme: comunicarme incluso sin hablar.

Por supuesto que, al principio, no entendía las lecturas, ni la homilía, ni las intenciones, ni los cantos. Pero el beso al altar, la señal de la cruz, la alabanza del Gloria, el pedir perdón con arrepentimiento, los silencios, el ofertorio, se sucedían en una secuencia que conocía. “Ahora están rezando el Credo o el Padrenuestro” y me unía rezándolo interiormente en castellano. Y qué decir de los gestos y palabras de la consagración que conocía de memoria. O del momento de la Comunión.

Algunos detalles eran diferentes, propios de esa cultura: iban a comulgar en orden según la fila donde estaban sentados, recibían la Eucaristía en la mano, pasaban canastas para la limosna y al llegar al último quedaban en una mesita, después de Padrenuestro se decía “algo más”, y siempre, siempre que iba a Comulgar -dejándose llevar por mi baja estatura- les preguntaban a mis padres si ya había hecho la Primera Comunión. Durante mi niñez, experimenté la liturgia de la celebración eucarística como un lenguaje universal, lleno de símbolos y de ritos que, a miles de kilómetros de distancia de mi patria, me resultaban familiares y me hacían descubrir la universalidad de la Iglesia católica, y maravillarme.

Durante la niñez de mis hijos, su sencillez y apertura al misterio me permitieron escuchar muchas preguntas relacionadas con la liturgia: “¿Por qué el padre se vistió de otro color?”, ¿y de cuántos colores tiene?”, “¿hoy vamos a rezar a oscuras”(una Vigilia Pascual)? “¡El padre se escondió atrás del altar!” (Cuando la genuflexión ante Jesús Eucaristía se prolongaba.) ¿Está Jesús? (si la luz del Sagrario no estaba visible.) ¿Por qué hoy hay tantas velas o no hay flores? ¿Ahora va a ser el milagro?” (esperando la Consagración.) ¿Y yo cuándo voy a recibir a Jesús?”, entre tantas más. Durante la niñez de mis hijos experimenté la liturgia como revelación progresiva de un misterio.

La liturgia, si volvemos a ser como niños y nos dejamos asombrar, nos introduce en el misterio, nos maravilla, nos pone cara a cara con Dios junto a nuestros hermanos. Signos sensibles y eficaces, que vemos, escuchamos, percibimos, y nos van resonando y modelando el corazón. Quizás, siendo adultos, madurar en nuestra formación litúrgica sea buscar respuestas que nos permitan ahondar en los misterios que celebramos. Quizás antes sea necesario que, como niños, volvamos a hacernos preguntas.

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Cecilia Sosa Cabrios

Esposa, madre y educadora

ceciliasosacabrios@gmail.com

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