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  • Foto del escritorPbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Un año especial

Un año especial

A lo largo del año, en nuestra vida celebramos muchos acontecimientos. No sólo nuestro cumpleaños, sino también el de nuestros seres queridos: padres, hermanos, hijos, abuelos, nietos, esposa/o, amigos. Pero también festejamos tantos otros acontecimientos: aniversario matrimonial, de bautismo, de primera comunión, de confirmación. Algunos son pasos importantes en el camino de nuestra vida: cuando nos recibimos de la facultad, o el día que nos mudamos a nuestra primera casa. Otros son más sencillos: cuando empezamos en el trabajo, cuando conocimos a este o a aquel amigo. Unos son más dolorosos: aniversarios de fallecimiento de seres queridos, o recuerdo del despido del trabajo o de alguna crisis importante de nuestra vida. Otros son más gratificantes: el día que hicimos ese viaje tan soñado, o que conocimos tal o cual lugar. Finalmente, algunos que no son tan personales, pero que hacen a la vida en sociedad y a nuestra fe: las fiestas civiles y las fiestas religiosas.


Nuestra memoria afectiva está llena de momentos imborrables, de acontecimientos que celebramos año tras año. Y que, de alguna manera, nos hacen volver (con alegría o con dolor) a “ese” día tan especial.


También el pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, recibió como mandato de Dios celebrar año tras año los momentos fundamentales de su fe y de su vida: la Pascua, el año nuevo, el día del perdón, el camino del desierto, la cosecha. Celebrando estas fiestas, el pueblo de Dios no solamente recordaba en el sentido de hacer memoria, sino también re-cordaba en el sentido de volver a pasar por el corazón lo que Dios había hecho. Celebrar la fe, para el judío, no sólo es memoria; sino que es memorial, es decir, la renovación de la acción de Dios en el hoy, en el momento en que se celebra.


La Iglesia, fiel al mandato de Jesús (“Hagan esto en conmemoración mía”) no sólo celebra el Misterio Pascual una vez al año y cada domingo, sino que, además, tiene un signo sacramental de la misma acción de Dios en el tiempo, que lo llamamos: año litúrgico. Dice el Concilio Vaticano II:

“La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada semana, en el día que llamó ‘del Señor’ [Domingo = Domini dies], conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el ciclo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo. [...] Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación” (SC 102)


Así como en la vida celebramos tantos acontecimientos nuestros y de otras personas, también el año litúrgico es la entrada de la gracia eterna de Dios en el tiempo, a través de la celebración de los acontecimientos de la salvación. ¡Leela despacito esta última oración! Sí, parece increíble. Dios eterno celebrado en el tiempo. Y nos sigue dando su vida divina, porque al celebrar -por ejemplo- la Navidad, hacemos presentes todas las gracias que Cristo nos ha ganado, en especial por su nacimiento en Belén. Otro ejemplo, la ascensión: hacemos presente todas las gracias que Cristo nos ha ganado, especialmente al ascender al cielo después de su resurrección. Y así cada una de ellas.


El año litúrgico tiene una dimensión sacramental, porque a través del «signo» del tiempo, de la medida temporal percibida por los sentidos, el Señor nos predispone para darnos su gracia divina en las acciones sacramentales.


En otra publicación hablaremos de las características del año litúrgico, su división, etc. Pero quería compartirles esta reflexión que me parece que nos ayuda a entender un poco más lo que celebramos.

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Pbro. Claudio Matías Barrio De Lázzari

Sacerdote, Arq. de Buenos Aires

matidlz@gmail.com

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